ANA SE ENCERRO EN ANA


Aquel que abre su pecho como si de una camisa se tratase, esta dejando ver lo que muchos esconden o no tienen.


Quería razones para continuar. Ana no soportaba la falta de comunicación que desde hace un tiempo le perseguía. No sabía porque, de la noche a la mañana no era capaz de pronunciar palabra sobre su estado. No le había pasado nada grave. Ya sabéis, no había perdido a ningún ser querido. No había sufrido daño alguno, su ritmo de vida sencillo no daba para agobiarse en exceso por cuestiones económicas y siempre tenía algo para comer; un techo para dormir y amigos no le faltaban.


Ana es de las personas que dedican un periodo de tiempo al día a rebuscarse. De las personas que ven un atardecer y se conmueven mientras pasean extraña y muy lentamente en su busca cabizbajas entre el bullicio de la ciudad. Ana conoce rincones solitarios entre los edificios de cristal que aún guardan un aroma que es difícil de explicar. Pero una vez que te sientas en ellos se comprende de momento. Medio marginal medio soñadora. No es extrovertida pero si simpática y dulce al hablar. Su tono es bajo como una melodía de portishead.


Todos los humanos tenemos una lucha en nuestro interior. A menudo, esta lucha se define como metas, sueños; tal vez como esperanzas. Pero en un periodo crucial de la vida esta lucha se aletarga, se amuerma y queda latente en un rincón de nuestro cerebro. Que pasados los años vuelve a nosotros como el recuerdo de otra persona que ya apenas reconocemos.


Ana, en ese periodo crucial donde todo cae despacio en el trance del olvido, conoció a través de las palabras a personas que llevaron su lucha hasta la muerte. Kafka, John Heartfield, Josep Renau, Artemisia Gentileschi. Atravesando la vida como ellos mismos creían que debían de hacerlo. A pesar de saber la dificultad de esa decisión, los agarro fuerte y abrió sus ojos, buscado entre sus días a personas semejantes para compartir y aprender.


Recuerdo perfectamente sus palabras. Hubo un periodo de su vida en el que repetía constantemente esta frase: ¡Que gran responsabilidad conlleva buscar la libertad! Y agachaba la cabeza y se sumergía de nuevo en si misma. ¡La libertad es algo tan subjetivo! No es lo mismo la libertad buscada en occidente que la buscada en África, Palestina o Latinoamérica. Ella era consciente de esto y le causaba dolor pensarlo. Creo que se sentía egoísta y en cierta manera culpable por ser hija de esta sociedad.


Una vez me contó que las personas habían olvidado su procedencia, sus orígenes. Yo imaginé que se refería a cuando en cierta manera, los humanos temíamos y honrábamos a la naturaleza. Me decía que hay un lugar donde ella va, al menos dos veces al año, simplemente a recordarse a si misma y a celebrar lo pequeños que realmente somos. Se le llenaba la boca hablando de ese sitio. De los sin silencios que encontraba, los paisajes vírgenes y erosionados. El romper de las olas en los acantilados. La soledad no causaba daño tumbada sobre la arena quebradiza con unas caladas de más. La luna llena, el fuego, las palabras que no se pronunciaban porque no era necesario. Las miradas eran suficiente para comunicarse. Podías poner la oreja pegada a la arena y escuchar el latido de la tierra, cada vez más quejoso. Las montañas desnudas junto a nuestra piel marchita.


No dudo ni un instante cuando pienso en lo rica que es la vida interior de Ana. Rica y dura a la vez. Pasa mucho tiempo sola y quizá eso la deshabilite socialmente. No conoce mascaras que ponerse, y a esta vida llena de disfraces, le cuesta aceptar caras limpias de maquillaje. Pero Ana es joven y fuerte, ella misma encontrará el modo de no ser su peor enemiga.